Ventanas rotas
Caminar por Puerto Montt, algo que tengo la suerte de hacer a diario, junto con ser un buen ejercicio físico constituye un gran esfuerzo a la paciencia. Efectivamente, pues junto con tener un emplazamiento escénico inmejorable y un entorno plagado de maravillas naturales, nuestra ciudad parece permanentemente asolada por el vandalismo y la desidia de sus propios habitantes.
Si bien se invierte y sigue invirtiendo en obras públicas, al corto tiempo éstas están deterioradas, sucias y se transforman en improvisados bares, moteles o coffee shops; si bien se planta y replanta arbolitos, éstos rara vez duran un par de días antes de ser mutilados o arrancados del todo; si bien se cuenta con lindos edificios y casas antiguas, demasiados de ellos llaman la atención por su falta de mantención. Por otra parte vemos que esto no ocurre del mismo modo en otras ciudades cercanas. Se suele emplear la falacia de que esta falta de urbanidad es propia de los puertos, pero acá no proliferan marineros extranjeros sin raigambre haciendo de las suyas en sus noches de juerga, sino que la destrucción llega desde dentro.
Asimismo se suele indicar que hay necesidades más urgentes, como la existencia de campamentos; sin embargo, el que algunas personas tengan la desgracia de vivir entre la basura no implica que todos estemos obligados a hacerlo o que la fealdad urbana corresponda a una especie de solidaridad pasiva. El Municipio, financiado de una forma u otra por todos nosotros, cuenta con mecanismos legales suficientes para instar a los ocupantes de un inmueble a mantenerlo limpio, cercado y con su antejardín cuidado; y, asimismo, cuenta con un departamento jurídico que tiene las capacidades necesarias para denunciar y perseguir los delitos contra la propiedad pública y privada. Los privados, a su vez, tienen la obligación ética de mantener adecuadamente sus propiedades, no sólo en estado de servirles, sino evitando que éstas devengan en una fuente de contaminación para la comunidad toda. Y el Estado, que es el mayor actor inmobiliario en esta capital regional, debiese partir por dar el ejemplo.
La "teoría de las ventanas rotas" postula que si éstas no se reparan en una casa, los vándalos tenderán a romper unas cuantas más, luego irrumpirán en ella y, finalmente, es posible que la ocupen, prendan fuego dentro y terminen destruyéndola del todo. En nuestra ciudad -sobre todo si su vocación turística es real y no una mera excusa para el constante paseo de los personeros locales por diversos foros sobre la materia- es hora que reparemos las ventanas rotas que existen a nuestra vista y paciencia, antes que sea tomada y arrasada por el lumpen.
René Fuchslocher Raddatz
Suplementero lacustre
Mi mujer se levanta muy temprano. Hace el café, arregla a los chicos, les da desayuno y arrancan para el colegio campantes y contentos; yo permanezco en la cama, mientras ellos se preparan para la rutina diaria, tratando de volver a conciliar el sueño, escuchándolos entre las telas de araña de la somnolencia. Después de dejarlos, se desvía de la ruta que el colegio ha sugerido para evitar la congestión matutina, y se encamina a la intersección de las calles Arturo Prat y Del Salvador, donde casi siempre hay un Carabinero dirigiendo el tráfico, por lo difícil que se pone por las mañanas. Luego baja por la calle Del Salvador hasta el supermercado Santa Isabel donde está el señor Muñoz vendiendo El Llanquihue.
Pasa todo el ajetreo y la dificultad del tráfico -lo mismo hago yo cuando me toca llevarlos al colegio-, solamente para comprarle el diario al señor Muñoz, ahora ya sabemos su nombre, gracias a la minúscula entrevista que se publicó en el mismo periódico, hace dos días.
Ella bien pudo haberse evitado los tacos y el nerviosismo de hacer un cruce a la izquierda en la mentada intersección y comprarlo en cualquier quiosco del centro de la ciudad. Pero no es lo mismo, don Sergio siempre tiene una sonrisa en la cara, "una buena actitud y agradecido a la vida, por todo lo que me da", dice el buen hombre en la conversación con el diario.
Esa disposición es la que transmite nuestro personaje de Puerto Varas a todos los que se aproximan a él. Esa actitud, el positivismo, la energía, la alegría y el deseo de trabajar es lo que hace de Sergio Muñoz una persona de admirar.
En la entrevista habla de que después de vender el periódico se va a trabajar en la jardinería. Déjenme atestiguarlo, porque lo veo por nuestro barrio haciendo esas faenas; siempre con su característica sonrisa y sus ojos vivarachos. Estos son los ciudadanos que hacen a nuestro país grande, trascendental; a los que debemos poner como ejemplo, a los que debemos darles más oportunidades; y son, además, los que merecen nuestro respeto. Lástima que la entrevista haya sido tan corta porque el deseo y el interés de conocer más al señor Sergio Muñoz no me faltaron.
José Hernández Gallardo