Jesús iba atravesando la Galilea y no quería que nadie lo supiera, pues enseñaba a los discípulos que iba a ser entregado en manos de los hombres, lo matarán y resucitará al tercer día. Los discípulos no comprendían esto y no se atrevían a preguntarle (cfr Mc 9, 30-32). En el camino los discípulos habían estado discutiendo sobre quién era el más grande (cfr Mc 9, 34). Jesús llamó a los Doce y les dijo: "El que quiera ser el primero debe hacerse el último de todos y el servidor de todos" (Mc 9, 35). Luego tomó a un niño, lo puso en medio de los discípulos y, abrazándolo, (cfr Mc 9, 36) les dijo: "El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a Aquél que me ha enviado" (Mc 9, 37).
Jesús anuncia por segunda vez su pasión, muerte y resurrección. Esto significa que Dios lo entrega con el fin de que la humanidad sea salvada por medio del sacrificio en la cruz. Pero los discípulos esperaban un Mesías distinto, lo que impidió entender desde el primer momento, que el Hijo de Dios, tuviera que padecer y morir. Con el tiempo lograrán entender el sentido de la cruz y el sufrimiento de Cristo, cuya pasión y muerte es una donación gratuita por el perdón de los pecados de la humanidad. Luego, al vencer la muerte, tendremos la esperanza cierta de un futuro mejor, en la vida eterna. Por eso, seguirlo implica sacrificio, entrega de sí mismo, renuncia al egoísmo, donación de la vida al servicio del prójimo.
Los discípulos discutían sobre el tema del poder en el discipulado. Jesús les aclara que el que quiera ser el primero debe ser el último y el servidor de todos. Dicho en dos palabras, el seguimiento de Cristo no se identifica con la capacidad de dominar, sino de servicio desinteresado a los demás. Por eso, si tenemos algún cargo en la vida eclesial o cuando se nos encomienda alguna misión, lo más importante será ponernos al servicio de los demás. Estamos para servir, especialmente a los más pobres y los que sufren.
En el servicio debemos guiarnos por la sabiduría auténtica, que viene de lo alto, que nos aleja de la envidia y la rivalidad, pues donde existen estos sentimientos negativos hay desorden y toda clase de maldad. Debemos ser agentes de paz, pues sólo así sembraremos la paz y cosecharemos la justicia (cfr Sant 3, 13-18). Es más, no podemos dejarnos llevar por la ambición, la codicia y la violencia, que nacen del interior del hombre, y de lo cual Dios non invita a purificarnos y a ser más humildes en nuestro actuar (cfr Sant 4, 1-10).
En nuestro servicio, Jesús nos pide imitar a los niños, en el sentido de buscar vivir teniendo nobles sentimientos, con el corazón siempre dispuesto para crecer en las virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad. Las virtudes cristianas nos impulsan al servicio, en la humildad y la paz, aspectos tan necesarios en los tiempos que vivimos.
Tulio Soto
Vicario general Arzobispado de Puerto Montt