San Marcos señala que Jesús compara el Reino de Dios con la semilla, que echa en la tierra, germina y crece sin que el hombre sepa cómo, y cuando el grano madura mete la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha. También compara al Reino de Dios con una semilla de mostaza, que es la más pequeña de las semillas de la tierra, pero cuando crece se hace más alta que las demás hortalizas, al punto que extiende tanto sus ramas que las aves del cielo se cobijan a su sombra. San Marcos indica que con parábolas como éstas Jesús anunciaba la Palabra, conforme a lo que podían comprender. Les hablaba en parábolas y a los discípulos les explicaba todo en privado (cfr Mc 4, 26-34). En la primera parábola se hace referencia al crecimiento silencioso del Reino de Dios. Se trata de un proceso de crecimiento que pasa desapercibido a los ojos del hombre, y cuyo protagonista es el mismo Dios. Existe principalmente una intervención divina en todo su desarrollo, pero también existe la participación del esfuerzo humano, simbolizado en la siembra y la cosecha que debe realizar. Por un lado, es un don divino, es una gracia divina, y, por otro lado, la colaboración del hombre es siempre importante para su extensión en el mundo. Si es Dios quien impulsa su crecimiento, significa que es un proceso dinámico que ya no se puede detener. Dios es el autor, impulsa su desarrollo y lo lleva a término, en la sociedad y en el corazón de todos los hombres. Es propiamente el campo de la gracia de Dios y la conversión, que se va dando en la vida de cada uno de nosotros. En este sentido, el papel nuestro para que el Reino de paz, justicia y amor, crezca en el mundo, es tener la disponibilidad del alma para acoger su Palabra y procurar hacerla vida, a través de nuestros gestos y actitudes.
Por medio de la segunda parábola, Jesús nos enseña que el Reino de Dios en el mundo aparece primero como algo insignificante, sin importancia, pero que una vez que comienza su desarrollo no tiene límites. El mismo Jesús eligió, desde la fundación de la Iglesia, a hombres simples, pecadores, quizás llenos de defectos, pero con una total disponibilidad para seguirle. El Señor eligió a pescadores, eligió a personas simples, sin mayores recursos materiales, muchos sin mayor cultura, pero con un corazón abierto a la voluntad divina. Fueron ellos los que fueron sembrando la Palabra de Dios en el mundo entero. Hoy día, gracias a estos esfuerzos, muchas personas han abrazado el camino de la fe en Cristo e intentan que Jesús sea conocido y amado por todos.
Pbro. Dr. Tulio Soto.
Vicario General del Arzobispado de Puerto Montt.