Se ha dicho que la mesa es el mueble más social, porque en torno a ella se comparte la vida familiar, la amistad, o un encuentro de reconciliación. Todos los domingos -y, también, diariamente- los católicos se reúnen en torno a la mesa del altar para celebrar lo central de su fe: el Sacrificio del Señor por el perdón de los pecados. Pues, Jesucristo, en la víspera de donar su vida, mandó a sus discípulos preparar la cena de Pascua: "Con ansia he deseado comer esta Pascua con ustedes antes de padecer" (Lc 22,14). En el transcurso de esa comida instituyó una nueva cena pascual (la Eucaristía), en la que anticipó la ofrenda que de su vida haría a Dios en la cruz, por la redención de la humanidad, al día siguiente (viernes santo). Pronunciando la bendición sobre el pan, dijo: "Esto es mi cuerpo", y dando gracias, dio a beber el vino, diciendo: "Esta es mi sangre de la nueva alianza, que es derramada por muchos" (Mc 14, 22-24). Quiso el Señor quedarse con nosotros como alimento, compañía, ofrenda, y perpetuar así, por los siglos, hasta su vuelta gloriosa, el sacrificio de la cruz, confiando a su Iglesia el memorial de su muerte y resurrección salvadoras.
Hoy, solemnidad de Corpus Christi, es decir, del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, se conmemora este gran misterio de amor que es la presencia viva y real de Cristo en medio de nosotros, tanto en el Sacramento de la Eucaristía o Comunión, durante la Misa, como en el Tabernáculo donde se reserva la hostia consagrada para adorar al Señor y llevarlo a los enfermos. Se trata de una presencia sacramental; es decir, bajo los signos o "especies" del pan y del vino, pero verdadera, real y sustancial, que nos permite entablar con El una relación de "comunión personal", la más intensa y profunda en esta tierra. La presencia eucarística de Cristo no anula las otras presencias (en su Palabra, en la comunidad congregada y en sus ministros, en los pobres y sufrientes), sino que incluye y lleva a plenitud todas las demás. Es también una presencia dinámica: Cristo está allí donando su vida tal como lo hizo durante su existencia terrena y en la cruz. Está amándonos para que nosotros, recibiendo su amor, amemos a los demás. La Eucaristía hace la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo. Como el amor de Cristo no tiene fronteras, la comunión con El entraña un compromiso a favor de los pobres. Por eso, es habitual recolectar alimentos y hacer la colecta para ayudar a las necesidades de la comunidad. Quien comulga, tiene vida eterna y promesa de resurrección.
+Cristián Caro Cordero. Arzobispo de Puerto Montt.