Luego de las fervorosas expresiones puertomontinas de amor y adhesión al padecimiento de Cristo, por la salvación de la humanidad, algo especialmente demostrado en la masiva peregrinación en el vía crucis a Puerto Varas, durante la Semana Santa que hoy culmina, el pueblo cristiano conmemora en este día, alborozado, el histórico episodio de la Resurrección de Cristo, que es la mejor inspiración para revivir también a una existencia más plena, fundada especialmente en la solidaridad y preocupación por aquellos más frágiles y desamparados.
Sobre todo, en estos tiempos en que campea el agobio materialista, competitivo y superficial, la semana de recogimiento vivida ha sido un remanso de espiritualidad que ha robustecido la fe cristiana y la esperanza en un mundo mejor, teniendo como eje central de la existencia humana a Jesús y su mensaje amoroso y salvífico: la certera posibilidad de resucitar también, como Él, a la vida eterna.
San Agustín, en su tiempo, no cesaba de proclamar que "Cristo murió por nosotros, resucitó por nosotros: es el Señor de la historia y de nuestra vida. Por eso, como creyentes somos pascuales. La muerte y resurrección de Cristo es, cristiano, tu propio misterio".
A su vez, el arzobispo de Puerto Montt, monseñor Cristián Caro, ha expresado en sus homilías que la eternidad comienza en la tierra, si se viven las tareas diarias -al interior de la familia y en el trabajo- "basados en la fe, la esperanza y el amor" y que "si estamos unidos al Señor, se abrirán para nosotros las puertas del cielo".
La Iglesia ha dicho que la Resurrección de Cristo nos llama a la vida y que, a través del bautismo, Dios nos convoca a una existencia en Cristo. "Si hemos sido sepultados con él -dijo Pablo a los romanos- también hemos resucitado con él". Lo que significa un llamado a la renovación personal.
En ese rumbo se orienta, en consecuencia, adoptar en adelante una actitud de vida más cristiana, generosa y, sobre todo, sensible al padecimiento ajeno. Lo que sería, en buenas cuentas, a partir de estos sagrados días, resucitar también a una existencia más plena y feliz, justificando un tránsito útil en el caminar terrenal de cada día.