Llevando flores y oraciones a María
Así como diciembre es el mes del amor fraterno y la buena voluntad por excelencia en torno al nacimiento del Divino Niño Jesús, este noviembre representa la más profunda expresión chilena de devoción a la Virgen María, a través del siempre ferviente rezo, engalanado de flores, de su mes especial en el país y en Puerto Montt en particular.
En inspiradas palabras, el arzobispo de Puerto Montt, monseñor Cristián Caro, ha recalcado que la intención de oración de la Iglesia en nuestro país para este mes significa solicitar que "todos los chilenos, a ejemplo de María, Madre y Sierva del Señor, hagamos de nuestra vida un reflejo de la voluntad del Padre". Mientras que el querido San Alberto Hurtado proclamaba que "en el cristianismo tenemos una mujer fecunda y tierna como Madre -María-, pero al mismo tiempo con todo lo intacto e incorrupto de la virginidad. En ella juntamos ambas cosas: la integridad y la fecundidad. También, la gracia de la divinidad con la humanidad". María -enfatizaba el santo jesuita- representa la aspiración de todo lo más grande que tiene nuestra alma. La madre es la necesidad más primordial y absoluta del alma, y cuando la perdemos o sabemos que la vamos a perder, necesitamos algo del cielo que nos envuelva en su ternura: María.
Se recuerda que el Dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María fue proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854. Es el más sólido pilar de la fe mariana, que por estos días de noviembre revive de la Madre de Jesús "su preservación inmune de toda mancha de pecado original desde el primer instante de su concepción en atención a los méritos de su Hijo Jesucristo, Salvador del género humano" (D.S.2803). Y toda Santa, fue "plasmada por el Espíritu Santo y hecha nueva creatura" (I.G.56).
A nuestro país, -hoy profundamente mariano-, la devoción a la Virgen María arribó con los españoles encabezados por Pedro de Valdivia, quien en 1541 trajo una imagen de la Virgen del Socorro; para más tarde, con la venida a América de los misioneros europeos, florecer el Mes de María, que hasta hoy perdura por estos confines como la máxima expresión de fe mariana, amor y reconocimiento a quien es también venerada Patrona de Chile.