Existencia nueva en Cristo
San Lucas nos narra que, el primer día de la semana, las mujeres fueron al sepulcro. Ellas encontrando removida la piedra del sepulcro, luego entraron, pero no hallaron el cuerpo de Jesús. Mientras estaban desconcertadas aparecieron dos hombres con vestiduras deslumbrantes (cfr Lc 24, 1-4). Ellos les preguntaron: "¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado" (Lc 24, 5). También les recuerdan lo que Jesús había dicho en Galilea, esto es, que era necesario que Jesús sean entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día (cfr Lc 24, 6-7). Aquí aparecen las mujeres como testigos de la resurrección de Jesús. Ante la tumba vacía se sienten desconcertadas en un primer momento, y serán los dos seres enviados por Dios los que les anunciarán que Jesús está vivo y no hay que buscarlo entre los muertos. Se produce en ellas un cambio en su fe, pues tendrán que seguirlo de un modo nuevo, anunciando a los demás la Resurrección del Señor. De este modo, San Lucas quiere destacar el rol de ellas en la Iglesia y en el mundo. Por otro lado, los discípulos no están preparados todavía para aceptar la fe en la resurrección. No les creyeron en un primer momento. En Pedro vemos una actitud de extrañeza ante lo ocurrido (cfr Lc 24, 8-12), lo que demuestra que su fe todavía no es plena. Todo se aclarará más adelante en la experiencia del encuentro personal con el resucitado. Esta experiencia del sepulcro vacío fue sólo un primer paso para reconocer la Resurrección. Aparte de las mujeres y de Pedro, tenemos el caso del discípulo amado, que vio y creyó, constatando que lo sucedido no podía ser obra humana (cfr Jn 20, 6). La Resurrección de Cristo es un aspecto esencial de nuestra fe, pues refleja el cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento. Si por su muerte nos ha liberado del pecado, por su resurrección nos abre la posibilidad a una vida nueva (Rm 6, 4). Así, este acontecimiento es fuente para nuestra resurrección futura (1 Cor 15, 20-23). Esto significa que nuestra muerte ya no es el fin de la vida, sino la posibilidad de pasar a una vida, más allá de esta vida. La salvación eterna que tanto anhelamos y que también pedimos para nuestros hermanos difuntos, se obtiene porque Cristo nos une a su Resurrección. Al recordar a nuestros seres queridos difuntos, que nos produce pena y dolor, recordemos que Jesús nos ha prometido una vida nueva. Roguemos por ellos, con la esperanza de Dios los acogerá en su Reino.
Pbro. Dr. Tulio Soto. Vicario General del Arzobispado de Puerto Montt.