Es imperioso evitar que se siga acrecentando la violencia que se observa públicamente en casos como el de las agresiones en microbuses de la locomoción colectiva y los criminales asaltos a mujeres en las escaleras de nuestra ciudad.
Aparte de la gravedad que en sí mismas encierran estas desajustadas y reprobables conductas -por un lado, la agresividad en el trato y, por el otro, la grave expresión delictiva-, está la preocupante y dañina contaminación que estos hechos causan a la convivencia social en paz y buena voluntad. Y, sobre todo, en cuanto al mal ejemplo que estos significa para la niñez y la escolaridad. Más todavía, si esos estudiantes hoy en día están propensos a caer en las situaciones de bullying o matonaje escolar. Una lacra que solamente es posible erradicar con una educación adecuada en cuanto a valores y el respeto y consideración del uno por el otro, así como con un comportamiento adulto reflexivo, tolerante, solidario, siempre bien inspirado y constructivo.
El Papa Francisco -ante el abandono de los niños y el mal ejemplo de los adultos- ha enfatizado que 'no podemos dejar a los chicos solos, no podemos dejarlos en la calle ni desprotegidos, a merced de un mundo en el que prevalece el culto al dinero, a la violencia y al descarte'.
No hay que olvidar que los mayores, a menudo, son el espejo en el que se miran, para imitarlos, la gente menuda, los niños. Los hijos de las familias. Lo que, obviamente, significa velar por una convivencia afectuosa y de mutuo respeto tanto en los hogares como en el trabajo y las relaciones sociales cotidianas. Una condición que se hace más imperiosa cultivar, sobre todo, cuando se tienen responsabilidades públicas, que están expuestas al conocimiento y juicio ciudadano, que se manifiesta a través de los medios de comunicación tradicionales y de las redes sociales en boga en estos tiempos.
De manera que la siembra de la paz y la comprensión dentro de una sociedad con asomos de incivilización no emanan de la discordia ni de los rencores, las odiosidades ni la agresión. Sólo brota del poderoso manantial del amor y el diálogo, que no cesan de edificar, unir, hermanar y de dar frutos de amistad, misericordia y solidaridad.