Las mujeres y el trabajo
La mujer se ha ganado prácticamente todos los espacios en la sociedad chilena. Desde la primera magistratura, pasando por el poder judicial, el Congreso, la empresa, hasta las labores más humildes en otros sectores. Su imagen está lejos de ser hoy sólo la de dueña de casa dedicada a la crianza de los hijos.
No obstante, los lugares que ostentan en el mundo del trabajo no son aún los deseables. La participación nacional llega al 48%, margen muy por debajo del 62,3% del promedio Ocde y del 52,6% de los vecinos en América Latina.
Las cifras son un poco mejores si las aterrizamos a nivel local. En la Región de Los Lagos (trimestre abril- junio 2014) se registra una participación del 73,3% para los hombres y de 49,3% para las mujeres, según el Instituto Nacional de Estadísticas.
De todas formas, elevar la participación de las mujeres en el trabajo es uno de los fundamentos para superar la pobreza e incrementar el bienestar de las familias. Un ingreso extra define un salto cualitativo en materia económica, abriendo oportunidades para la unidad básica, además de permitir el mejor desarrollo del potencial personal.
Otra cosa relacionada es resolver la desigualdad en los ingresos, área donde hay problemas severos por solucionar. En Chile, según la OIT, las mujeres ganan en promedio un 66% del ingreso de los hombres. En la misma línea, la presencia en cargos directivos aún no se condice con los números globales. La dirigencia masculina sigue siendo mayoritaria en estos ámbitos.
Así se explican las políticas de discriminación positiva que buscan empujar la mayor presencia de mujeres en los grandes escalafones. Aunque cuestionadas por muchos, es esperable que directrices de este tipo sigan vigentes por largo tiempo, lo mismo que con algunas minorías, en el entendido de que apelan a la mayor integración y reconocimiento social.
Debe entenderse que buena parte del crecimiento futuro y el desarrollo de las familias pasa por el mayor ingreso de la mujer al mundo del trabajo; sin embargo, ello también nos obliga a reconocer que deben generarse políticas e incentivos que respeten sus singularidades. Esa mejor comprensión es vital.