Nunca será suficiente todo lo que se escriba y gestione, para lograr motivar el definitivo rescate e integración de Tenglo al desarrollo de Puerto Montt y así, también, la ciudad misma se renueve y potencie de manera consistente en sus energías progresistas, sobre todo, en el rubro del turismo.

Lo cierto es que los planes de desarrollo de la siempre imponente y simbólica isla -tan cerca, pero tan lejana de los avances puertomontinos- datan desde hace décadas, aunque tuvieron un esperanzador despertar cuando en 1989 el visionario ingeniero puertomontino René Fischmann Lohaus dio a conocer al municipio y a la comunidad su anteproyecto de creación de un parque forestal y otro marino en Tenglo mismo y en su canal marítimo.

Son tres los factores determinantes que considerar para obtener la materialización del gran proyecto de modernización tenglino: la negociación con los propietarios de parte de la isla, la obtención de inversiones privadas para las obras de adelanto planificadas y la gestión de recursos públicos de respaldo a esa importante propuesta de superación que favorece a nuestra región y su capital porteña.

Es imprescindible, en consecuencia, el estudio de un Plan Director sobre el destino y auge que tendría la isla sobre la base de este impulso. Lo que implica, desde luego, el proceso de expropiaciones, que es el requisito clave para avanzar en la obra. Y para lo cual el encuentro de las autoridades con los residentes en Tenglo, -explicando el proyecto y sus beneficios desarrollistas-, es el paso primordial para abrir la marcha de la Operación Tenglo, además de otorgarle la indispensable prioridad en el nuevo Plan Regulador de Puerto Montt.

Lo fundamental, por tanto, es mantenerse muy alertas en torno a estos planes orientados a remecer la evolución urbanística de la capital de la Región de Los Lagos, anexando a su explosivo crecimiento e imperativos modernizadores una isla Tenglo hasta ahora increíblemente desperdiciada en esos destinos. Pero que, -desde la voluntad de las autoridades y el aporte ciudadano-, está llamada a transformarse en el más influyente logro puertomontino de los nuevos tiempos. Es el magno desafío de hoy, que no debe dejarse para mañana.

Jesús va a la montaña a orar solo. No es un acto ocasional, pues en muchos momentos necesitaba alejarse de la multitud con el fin de rezar, de pedir, de establecer un contacto con el Padre en la intimidad, con tal de buscar su voluntad. En cambio, los discípulos estaban en la barca, que era sacudida por las olas. Ya en la madrugada el Señor se dirige a los discípulos, caminando sobre el mar. Los discípulos reaccionaron con miedo al ver al Señor, pues pensaron que Jesús era un fantasma. Pero Jesús les dice que no tengan miedo (Cfr Mt 14, 22-28). Pedro pone a prueba a Jesús y le pide que lo mande a ir a su encuentro sobre el agua. Jesús lo llama, pero al caminar sobre el agua en dirección al Señor tuvo miedo y comenzó a hundirse. En todo caso, Pedro es capaz de decirle a Jesús: 'Señor, sálvame'. Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, y le dice: 'Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?' Luego el viento se calmó y los que estaban en la barca reconocieron que Jesús era verdaderamente el Hijo de Dios (cfr Mt 14, 29-32). El hecho de caminar sobre las aguas da a entender que Jesús es el Señor, es signo de su divinidad, es decir, es quien crea y tiene dominio sobre todo lo creado. Ante el miedo de los discípulos, Jesús les pide que tengan confianza: 'Anímense, soy yo; no tengan miedo'. Es el modo de Jesús, quien a través de su Palabra, da confianza al hombre, que muchas veces se debate en el temor, la angustia o el vacío. Efectivamente, Jesús nos anima en los momentos de dificultad, en la intimidad del corazón. ¿Por qué? Porque nos ha llamado y elegido para que seamos sus amigos y para que podamos colaborar y servirle en el mundo. Si dejamos que nuestra vida no se centre en el Señor, fácilmente nos alejamos de Dios y ponemos en riesgo nuestra vida de fe. Afortunadamente Pedro es capaz de pedir ayuda al Señor, le pide que lo salve. La respuesta de Jesús es inmediata, pues tiende la mano al que lo necesita de corazón. Por un lado, Jesús quiere salvarnos del mal y del pecado, pero, por otro lado, también espera nuestra colaboración. Dios nos salva, pero no nos exime del esfuerzo humano, aunque sea pequeño, con tal de sacarnos a flote.

En fin, recordemos también que la barca representa a la Iglesia. Él está siempre presente en la barca de Pedro, no abandona jamás su rebaño, al punto que nos prometió: 'Yo estaré con ustedes siempre, hasta el final del mundo' (Mt 28, 20). Por lo tanto, confiemos de verdad en su ayuda constante y no debemos tener temor al desarrollar nuestra tarea evangelizadora.