Construyendo con ladrillos de amor
El Papa Juan Pablo II, que pronto será canonizado santo, soñaba con la construcción de la civilización del amor.
La civilización del amor, del entendimiento y la solidaridad, a la que tanto llamaba a construir -como meta de la existencia humana- el recordado Papa Juan Pablo II, ya próximo a asumir la santidad de los hombres justos a los ojos de Dios, si lo pensamos bien, no es un desafío utópico e inalcanzable.
Aquí mismo, en nuestro país, en Puerto Montt, tras la amarga desgracia telúrica en el norte y el devastador incendio en los cerros de Valparaíso, irrumpió con la fuerza de un maremoto el sentimiento de adhesión al sufrimiento que ha afectado a esos estoicos compatriotas víctimas de tan terribles tragedias. Las instituciones gubernamentales y privadas, la comunidad toda y, muy especialmente la juventud, movidos por una invencible fuerza humanitaria, se organizaron frente a la adversidad y han llevado adelante perseverantes campañas, que han permitido llegar oportunamente a los lugares afectados con el auxilio indispensable en alimentos, vestuario, remedios, entre otros necesarios apoyos.
Bullen, sin duda, los más nobles sentimientos en el alma nacional.
Olvidarse de sí mismo para pensar en las aflicciones del otro y acudir en su auxilio, para que no sufra y se supere, esa es la ideal forma de ir instalando los ladrillos de la caridad en la edificación de la "civilización del amor" en las relaciones humanas, a pesar de las tribulaciones que tanto angustian globalmente.
Con bastante frecuencia, acosados por todos lados ante la invasión de tanta noticia negativa, es casi irremediable no caer en la desmoralización y la desesperanza. Se anestesia la capacidad de asombro y la sensibilidad humana. Sin embargo, las tragedias que suelen ocurrirnos, felizmente, han demostrado que la grandeza espiritual chilena, la puertomontina, se mantiene intacta. Siempre presta a ayudar y socorrer. Lo importante ahora es que esa mística, esa disposición generosa, no se adormezca. Y deje de necesitar trágicas causas para encenderse en el corazón de los habitantes de nuestro país.
La pobreza, las desigualdades, la discriminación, la indiferencia, el egoísmo, la avaricia..., pueden derribarse si nos preocupamos del prójimo con el mismo impresionante y ejemplar amor demostrado hacia los que han sufrido el terremoto y los incendios.