"Recordemos que los valores del Reino son el amor, la justicia, la paz, el perdón..."
San Mateo nos narra que Jesús se retiró a Galilea, y, dejando Nazareth, se estableció en los confines de Zabulón y Neftalí, para cumplir lo que había dicho el profeta Isaías; esto es, que el pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz (cfr. Is. 8, 23b-9,3). Jesús comienza su predicación en la "Galilea de los gentiles". Es el norte, donde vivían personas consideradas por los judíos como paganos. Pero aparece Jesús, que viene a traer luz a los pueblos. Así Jesús invita a la conversión de vida: "Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca" (Mt 4, 17). De este modo, Jesús nos exhorta a que cambiar de vida, si queremos participar de su Reino. Recordemos que los valores del Reino son el amor, la justicia, la paz, el perdón. Por eso la conversión implica dejar de lado el odio, las injusticias, la violencia, etc. En el fondo, nos llama a dejar de lado todo lo que ofenda a Dios y al prójimo. Convertirse implica dejarse amar por Jesús, que busca lo que estaba perdido. La conversión, siendo un acto consciente y libre del ser humano, implica reconocer el pecado, los errores, las faltas pequeñas o grandes, darse cuenta de que uno se ha equivocado de camino y quiere cambiar de rumbo, según el querer y la voluntad de Dios (siguiendo el camino de los mandamientos de la ley de Dios). No es un acto de debilidad humana, sino de grandeza, que busca incansablemente la paz y el amor.
Jesús nos ha dejado como remedio contra el pecado el Sacramento de la Confesión. A través del ministro sagrado, Dios nos perdona, nos anima y nos fortalece, de modo que reiniciemos el camino del bien. También la Eucaristía nos fortalece y nos ayuda a continuar con nuestro camino de conversión y de seguimiento del Señor. A pesar de nuestras debilidades y pecados, Dios nos invita a seguirle. Y llama la atención que los discípulos siguen a Jesús de manera inmediata, pues dejaron todo y lo siguieron. Ellos no dudaron de Jesús, no se pusieron a calcular ni a programar si era conveniente o no seguir al Maestro, simplemente dejaron todo y se pusieron en las manos del Señor. Podrían haberse negado al llamado de Jesús, pero aceptan seguirle sin importar las consecuencias, al punto de entregar sus vidas por amor a Dios. Creyeron en Jesús, le siguieron sin condiciones y buscaron seguirle en todo tiempo y circunstancia, a pesar de las contrariedades y problemas que tenían que enfrentar. Son todo un ejemplo para nosotros que somos invitados a seguirle, a pesar de las contrariedades, a pesar de que tengamos que ir, muchas veces, contra la corriente del mundo.
Pbro.Dr. Tulio Soto Manquemilla. Vicario General del Arzobispado de Puerto Montt.