Llegamos a la vida humana con el cordón umbilical de la eternidad de los tiempos, traídos por el cordón único, individual, sagrado, de la madre que el Creador-cualquiera sea el nombre, concepción y creencia- nos entregó corno templo hacia la tierra misionera. Permitidme hablarles de mi ángel materno, quien en estos días cumplió treinta años que viajó al destino superior. ¡Qué absurdo, dirán algunos, como si a los viejos no se les permitiera! Ella nació entre bosques, montañas, cielo, mar, vientos, bullicios y silencios, en las cercanía severas pero generosas de Castro.
A pesar de tener poca instrucción escolar, por las lejanías, tuvo siempre ese empuje, sensibilidad, valores y dones, heredados de su familia y de la estirpe chilota. Aprendió a ser modista con sus costuras, moldes y coseduras a máquina. Tenía una hija regalada y bien recibida que la acompañó en las penas y alegrías. Conoció a gente de cierto abolengo, pero nobles, como la esposa del Presidente Ibáñez del Campo, señora Graciela, quien por su intermedio rescató una querida máquina de trabajo. Así se hizo ibañista y aprendió más de las relativas justicias sociales, que le sirvió para ayudar a políticos en sus candidaturas, desde algún compadre, sin abanderizarse, porque tenía una clara filosofía que fue respetada. Otro trofeo espiritual que recordaba con cariño fue cuando un grupo de señoras le hizo una misa, en vida, el día que regresaba a Puerto Montt. Fue una persona servicial, generosa, que socorría a medio mundo, ancianos, carabineros, transeúntes, niños, todo en su hogar, en su frutería y adjunto a su tienda de géneros. Al frente vivía una familia alemana, que solía decirle que en la guerra se sufría más, y que no ayudara tanto a la gente. Participó en varias instituciones, como la Cámara de Comerciantes Minoristas, de buena membresía. En un grupo de señoras guiaba a la entrega constante a los niños del Hogar de Menores en Pelluco. Ayudaba a las futuras madrecitas para que no abortaran ni dieran a sus hijos, auxiliaba cuando fue Juez de Distrito, Subdelegado (función ad honorem para resolver pequeñas denuncias de comerciantes ambulantes que abusaban en los pagos a la gentes de las islas, en Angelmó).
El Creador le dio también una cierta sensibilidad artística; sus dedos largos y finos, una voz dulce de soprano, que si hubiese sido educada podría haber alabado con dominio a su Creador o haber cantado algo, habanera o serenata, de su querido y lejano Chiloé.